diciembre 13, 2019

Internado Cap. X

 Delirio de un Diciembre






        Diciembre, 197



 Esa noche no durmió, lo supo por que cuando sonó el despertador estaba viendo como se distorsionaban las sombras en las cortinas azules que aún no brillaban por la luz del día. Santiago despertaba y ella antes que él. No se quiso levantar, se quedó pensando en cómo iba hacer el día. No iba a ser igual que los anteriores, estaba por ver a alguien luego de un año y algo. Se abrió la puerta de un solo golpe, sino hubiese sido que no durmió, el ruido la hubiera asustado.

A las ocho y cuarto llegó a su despacho emocionada. Las horas iban pasando. Ya eran las diez de la mañana: faltaba menos. Las once quince: ¡cafecito coleguita por favor! Doce cuarenta y cinco: ¡Al fin un segundito para ella! aquí escribió la siguiente:


Mi querido Miguel, en estas fechas quiero darle las gracias por todo aquello que me… y otras cosas que se me olvidar 

Doce treinta y dos y ya de vuelta a la oficina, faltando media hora... ¡que es media hora cuando vas a ver a alguien que esperabas ver durante meses! La una de la tarde: ¡fin del trabajo! Miró la hora, el reloj marcaba las trece doce, aún estaba bien. Ya una vez en la estación de trenes las trece treinta y ocho, Minerva levantó la vista y se percato que se había pasado dos estaciones, así se bajo del vagón. Trece cuarenta y ocho, aún había tiempo cuando se volvió a embarcar. El estomago se le hacía nudo a causa de quien iba a ver. Una cincuenta y cinco de la tarde llegando a destino, aún con cinco minutos de sobra se puso a escribir la siguiente:


Diciembre, 27Miguel, estoy muy nerviosa, creo que no lograré calmarme del todo a menosque consiga tener mi mente ocupada en otra cosa, así que escribiré hasta que llegue el momento preciso. Sólo espero que al verlo no me rete y sea buenito conmigo pese a que… Bueno usted sabe...
Con cariño, su Minerva

Dos cinco, dos once, dos veinte. El tiempo pasaba y ella comenzó a moverse de extremo a extremo por toda la estación. Dejó ya de escribir, sentía que ya ni el lápiz lo podía tomar.

"¡Ríndete! Sintió que le dijeron"

— ¡No! – ella contesto al segundo – Va a llegar, tiene que hacerlo

 ¡Ya pues! Ríndete, date cuenta de que te engañas sola. Eso es demasiado triste ¿no crees?


  La conciencia le jugaba un macabro monologo en su interior

— ¡Vasta, no! Va a llegar... tiene que... llegar – al decir esto último el corazón de Minerva sintió que se estrujó y pasó de la ansiedad a la tristeza en cosa de medio segundo

¡Ves! Yo tenía razón, ¡No llegó!...
Esta vez no respondió, sabía que en el fondo que su conciencia tenía algo de razón.... era una probabilidad, guardo silencio.

En esto estaba cuando una mirada se posó sobre ella haciéndole corresponder: el corazón le volvió a latir, era quien ella esperaba. Se acercó

— Hola!

— ¡Miguel!  – contesto  – Miguel  – repito  – mi Miguel  – susurró sin saber si él la había escuchado


Sentía como el corazón le salía por la boca al mirarle y ella también. Él! Que la dejó de ver hace un año.


Estando frente a frente ella se acerco despacio hacia la nariz de él, se la beso, Cesar hizo lo mismo, luego el mentón.. pasó lo mismo. Ella se quedó relajadita sin retroceder, cuando de pronto sintió que los labios del estaban sobre los de ella; el viento comenzó a soplar fuerte mientras una corriente le atravesó el cuerpo.

Así pasaron un buen rato hasta que llegó el momento.

— No quiero que te atrases  – dijo mientras se separaba de ella con ternura

Lo miró a los ojos cuando se iba a levantar, él la tomó y escucho que él decía:

— Antes que te vayas... deja hacer el último regaloneos  – ella accedió encantada, se volvió a sentar acercándose cerrando los ojos.

— No quiero abrir los ojos
— ¿Por qué no?
— Porque así te tendré en mi memoria para siempre

Se quedaron ahí y luego sin abrir los ojos, ella retrocedió, una brisa refresco el momento. Seguramente cuando no la percibió él abrió sus ojos

— ¿Qué pasa?
— Nada, es sólo que quiero conservar este momento para cuando no te vea y de ese modo recordarte

Decía esto al estar sentada del lado derecho, con su mano apoyado junto a donde se sentaba y sin abrir los ojos en ningún momento, se volvió hacia delante

— No puedo creerlo, no eres real.  – sonrió
— Pues.... no, esto no es real - le contestó  – Soy producto de tu imaginación, soy un holograma con imagen y sonido. Estas soñando todo esto mientras viajas en el tren con rumbo a tu destino.

Minerva sonrió; mil pensamientos atravesaron en su mente: se acordó de su maestro, Descartes si hubiera apoyado esa teoría. Miguel igualmente sonrió seguramente habrá pensado que era por lo que él había dicho, pero en todo caso le acariciaba el rostro.

— ¡No!- protesto Minerva como una niña a la que el papá le quitaba un juguete.
— ¡Vamos! Arriba, arriba, ven  – dijo él, ella lo hizo de mala gana. Ya una vez en la estación de trenes Minerva le miró a los ojos.

Si este es un sueño no, no quiero despertar

De pronto sintió como su cuello fue cubierto por los brazos de su acompañante y con él un leve remesón en su cuerpo y luego en su oído escuchó:

Prométeme que el mundo no se te haga grande

— Ahí viene tu tren...
— ¡No! Ya no te veré más

Las puertas se cerraron tras de Minerva, volvió la cabeza y lo vio a través del vidrio. Miguel le hizo una seña de despedida: con la mano derecha a un costado de la frente. El tren partió y ella despertó en la estación final









 por  Alengüei Kayún







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