Venía del trabajo a eso de las 7 de la tarde. Cansada. El metro repleto pero logré subir con mi silla haciéndome un espacio. Olor a encierro, a colonia, a perfume, a pañal de guagua y a pan caliente. Una mezcla endemoniada y yo con hambre y sueño. Por lo menos iba sentada y no le daba el asiento a ancianos ni embarazadas (es un verdadero crimen q a esta hora aparezcan personas de la tercera edad y embarazadas). Un pequeño niño me mira muy fijamente, de seguro piensa que yo soy "una" con la silla de ruedas (que la silla y yo somo un solo objeto), y yo lo veo queriéndome comer su pan.
Ya falta menos por llegar; al menos ya no hay tanta gente y el aire acondicionado dejó atrás el pañal de guagua. Decidí entonces irme el resto del camino leyendo a Goethe: pobre Werther, es terrible suicidarse por amor. Mientras pienso en ello hay un muchacho frente a mí de pie, yo en mi silla sigo leyendo y de reojo de ves en cuando que esas piernas que llevan puesto pantalón de colegio no se mueven
La encargada de nombrar las estaciones me anuncia que queda poco para en dónde me tengo que
bajar. Así entonces guardo el libro en mi bolso. Ya no hay casi nadie, el muchacho me mira, yo le
sonrío. "¿Te ayudó?", me dijo al verme un poco indecisa. "Por favor" contesté. Y así me sacó del
vagón y cuando salimos de la Estación ya oscuro, me llevó hasta tomar el colectivo q me llevaría hasta
mi casa.
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