diciembre 02, 2020

La Imperfección de la Música III

Capítulo III


La luz se volvió a restablecer y el espejo se dibujaba algo que se parecía a un corazón negro hecho de carbón. La hora había pasado más rápido y Minerva iba atrasada. Tomó sus cosas y se dirigió a la calle, cerrando muy despacio, mira el reloj y se dio cuenta que iba veinte minutos tarde, 

Caminando por una avenida la mujer se iba fumando un cigarrillo hasta que en una banca divisó a Emilio sentado con una chaqueta y unos mezclilla color negros; llevaba unos zapatos color cafés del mismo color de la chaqueta  


— Hola, lamento el retraso ¿Cómo estás? – Minerva se acerca dulcemente al rostro de Emilio mientras lo saluda
— ¡Hola! No te preocupes, espero que no haya pasado nada grave, ¿Estás bien?
— Si, por supuesto – ella le sonríe dulcemente


El hombre se levantó de a banca y le entregó un ramo de rosas rojas hermosicimas, las que ella recibió muy contenta, tomándoles el aroma

— Ven, te invito un café
— Sería perfecto

Así pues ambos se dirigieron a un local y pidieron dos cafés y un trozo de torta para cada uno. La noche estaba hermosa y muy fresca, el cielo despejado, en un azul oscuro casi negro, por lo que decidieron sentarse en las mesas que el local tenía afuera.


— Estás muy bonita esta noche – dijo él con una bella sonrisa, ella se sonrojó
— Tú también te ves magnifico – él sonrió queriendo tomarle la mano, pero ella tomó la taza de café

Hubo un silencio pero no incomodo, hasta que ella se dio cuenta que el libro que había dejado a un costado de la mesa, era uno que ella había tenido la oportunidad de leer hace ya bastante tiempo y pidiendo permiso lo tomó en sus manitos finas y lo empezó a ojear 

— ¿Sabías tú que esta novela es completamente real? 
— Así es: en aquellos saltos, los dos hombre aparte de saber todo el conocimiento que iban adquiriendo, también sufrían degradaciones tanto físicas como psicológicas, es decir que las neuronas se les iba degenerando con cada salto en el tiempo, haciéndolos envejecer muy rápido. 


Fue entonces que el tiempo se les fue volando intercambiando opiniones y teorías acerca de los libros hasta que se les termino el café, la torta y el tiempo en aquel lugar cuando el mesero se les acercó. 

— Disculpen, ya estamos cerrando
— ¿Enserio? Disculpe usted, no nos habíamos dado cuenta 
— Es verdad –  dijo ella un tanto ruborizada – ¿podría traernos la cuenta por favor?
— Por supuesto 


El mesero fue a la caja a liquidar la cuenta, mientras en la mesa los dos se sonreían por que ninguno de los dos se percato del tiempo y así arreglaban las cosas y al levantarse el mesero volvió 

— Aquí está la cuenta
— Gracias – dice ella, mientras mete la mano al gabán para sacar el dinero, cuando Emilio la detiene
— ¡No, no! Por ningún motivo, pasémela a mi, por favor


Cuando se retiraron del local y al ver que las calles estaban vacías y con muy poco trafico, comenzaron a caminar conversando y riéndose, ella le contaba un poco acerca de su trabajo en ese bar, le explicó que tenía una niña de unos cinco años y que si no trabaja no comía y pues así se consiguió ese trabajo, en la Ciudad de Puerto Montt 

— Entiendo, ¿y hace cuanto tiempo estas ahí?
— Hace aproximadamente unos seis meses 
— Ya entiendo
— Ajá, pero yo solo bailo. – dijo Minerva haciendo una pausa en su caminar y mirándolo fijamente a esos ojos azules 


Ambos se rieron ya que ella con la mirada le dio a entender que hablaba de La Bella Celeste implícitamente en su mirada y luego siguieron caminando mientras que ella se subió las solapas del gabán para abrigarse el cuello y se metió las manos en los bolsillos buscando lumbre y cigarrillos

— ¿Tienes frío? 
— La verdad que si.


Él la abrazo tímidamente y ella sin decir nada se cobijó entre sus brazos y así hasta que la dejó en la puerta de su casa

— Si quieres puedes pasar
— ¿Estas segura?
— Claro, no te voy a morder, tranquilo 

Ella abrió muy despacio la puerta y se sacó los zapatos, y Emilio la imitó para no meter bulla. Minerva le indicó que podía sentarse tranquilamente en el sofá, mientras ella se dirigió a la habitación a cambiarse de ropa y enseguida se dirigió a la cocina para servirse una botella de vino pero esta vez con dos copas.

Al verla Emilio se sorprendió mucho al ver una mujer de cabello pelirrojo, con un camisón celeste, con unas piernas largas y descalza dentro de unos zapatitos de levantarse. La muchacha se le acercó mientras que le extendía la copa vacía mientras que se subía al sofá subiendo una pierna para sentarse como una gata acurrucada, y se bebieron el vino hasta la entrada de la madrugada y terminaron durmiendo los dos en el sillón 




Alengüei Kayún




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