Muchas de las narraciones que leemos nos muestran a personajes que se enfrentan a una serie de encrucijadas de las cuales logran salir airosos gracias a su astucia. En otras palabras son personajes que logran con sus propósitos de manera ingeniosa y,muchas veces engañosa.
Además de hombres y mujeres astutos, también se sabe de grandes sabios que se caracterizan por la prudencia y la sensatez con que conducen sus vidas. ¿ero que son estas palabras que en algún minuto más de uno a podido escuchar. Estas Virtudes son producto de la experiencia y la reflexión que están asociadas a personas de avanzada edad, sin embargo todos podemos tener el conocimiento de estas maravillosas virtudes.
A continuación....
Viejo Pillo
Alguien dijo que el pueblo ya no parecía el mismo faltando don Juan. Otro
lanzó una risa sin voz, y el sarcasmo inevitable: sí, ahora iba a estar mejor
el pueblo. Al saber la noticia, los dueños de fundo de los alrededores
sentenciaban, con curiosa y más bien abstracta unanimidad, que don Juan había
sido una institución en Los Puquios. La gente modesta no entendía mucho eso
de la institución. Para ellos había una palabra que lograba definir con mayor
exactitud al personaje: pillo.
En su brevedad cabían desde la admiración a contrapelo —¡Será pillo don
Juan!— hasta el permanente despecho —¡Viejo pillo!—, pasando por toda la
gama de la rebeldía o la ira involuntariamente sofocada, el rencor, el odio quieto,
la envidia silenciosa. Nunca simpatía ni desprecio sin matices.
Nadie dejó, no obstante, de sentir a su manera que don Juan no estaba.
Desaparecía, para unos, la figura bonachona y obsequiosa, inseparable del
paisaje vernáculo. La institución. Para otros era un enemigo menos, en medio de
tantos seres y cosas enemigas. Dos o tres se atrevieron a imaginar, sin verdadera
esperanza, un nuevo almacenero cuyos kilos y cuya aritmética no se hallasen
sujetos a esotéricos altibajos.
Todos son iguales, se encogía de hombros el fatalismo de la mayoría.
Como una muela que falta, la ausencia de don Juan resultaba más real, más
tangible que su presencia. Y la memoria de los puquianos era una lengua que
se metía con reiteración incontenible en la encía desnuda de esta anécdota, de
aquella estampa. De esa tarde en que Antonio… De la noche de Año Nuevo,
cuando el Traro, ja, ja, este Traro… De cierta vez que el teniente…
El pueblo entero, queriéndolo o no, realizaba una apasionante reconstitución
de los hechos. Conocían en detalle el final espectacular. El comienzo
despertaba poco a poco, medio desperezándose, en sus memorias, con la vaga
intangibilidad de un mito: parecía que don Juan hubiese vivido en Los Puquios
desde siempre, que perteneciera al lugar, igual que la iglesia y los faroles de gas. y el reumático puente sobre el estero. Solo las
voces aédicas de los viejos —no, no, hijito—
eran capaces de retroceder hasta el génesis.
—Jue pa ese sequía grande…
—Esu’era. ¡Sequía! ¿Y no si’acuerda’ el
aguacero, cuando llegó la carreta con
loh mueuleh?
—La pura.
—Pasó too er día…, doh díah, dehcargando
caa veh que amainaba.
—Ei tá, puh: si acabaa’e terminar la sequía.
—¿No ve?
Era joven don Juan en ese tiempo. Veinticincos
años tal vez. Pero ya era don Juan. Y ya era
gordo, y tenía ya ese aspecto vagamente
porcino, y el bigotito pulcro y retorcido de
futre —futre de entonces—, que se le había
ido quedando pegado con el andar de los
años, y luego le daba un toque indefinible de
“antiguo”. Y la piel algo morena. Y la papada
donde empollaba, floja, floja, su voz de eco
profundo, hecha como aposta para decir:
—No se fía.
—Pero, don Juan…
—No se fía —cantando casi demorándose
con voluptuosidad en la alegría irresponsable
de la i.
Guillermo Blanco. (2010). Viejo pillo.
En Cuero del diablo.
Santiago: Zig-Zag. (Fragmento).
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