Puerto Montt, 1980
Saliendo del colegio como todas las tardes Minerva iba con su bolso cruzado y su gabardina negra atravesando el patio del establecimiento, Marcos Nuñez la queda mirando con ojos de perversión; hombre alto, robusto y de piel canela.
— Buenas Señorita – le sisea con esa voz arrastrada
— Buenas tardes Marcos – le dice la Señorita, adoptando una voz profunda y calmada arqueando una ceja
— ¿Ya se va? – Marco con el overol azul y la escoba en la mano se acerca sigiloso.
Todos sus movimientos son como los de un reptil.
— Así es Marcos – dice ella bien cerca de él y mirándolos fijamente a los ojos por que sabe que si se descuida esta perdida
— ¿Y por qué no nos escapamos un ratito, hermosa, a ver que pasa.
Minerva lo mira con esos ojitos cazadores. La experiencia le decía que hombres como él son muy buenos en la cama, como canalla y mientras que en casa su esposa lo espera con sus dos hijas, a Marco le gustaba serle infiel, era como beber el elixir de la vida. Y cuando Minerva supo, Marco le suplicó que no contará a nadie y ella le guardó el secreto a cambió de una condición...
— Esta noche no puedo escaparme contigo y más vale que no insistas – le susurró con esa voz un tanto seductora y arrastrada que pone cada vez que ese fuego de ira contenida nace del estomago y emerge por la garganta
Muy sutil.
— Esta bien mami – le vuelve a sisear el ecuatoriano
Sin embargo esta vez Minerva no le mantuvo la mirada y al irse él la toma del brazo bruscamente, y atraiéndola la besa de una forma dominante, resbalando su mano por el cuerpo de la señorita hacia abajo y con la otra sosteniéndole firme el cuello, para luego dejarla ir como si nada. Ella tomó su bicicleta junto al costado y subiéndose fue rápidamente como si en cada pedaleada se safara de un inmenso dolor.
Y se fue por esos callejones camino a su casa, cansada y con dolor en su pierna fantasma y pensando en la atrocidad que Marcos era y cómo Villalba era un hipócrita de lo peor, a los dos en serio detestaba, por suerte ya en casa estaría su Ángel para cuidarla y mañana era viernes para ver a su amigo el tallarin
Te gusta caer siempre tan bajo ¿verdad muchacha?
La voz retumbo en su cabeza cual música de terror. Minerva se detuvo en seco en medio de la calle, casi se cae del susto que le provocó escuchar aquella voz tan bien reconocida., su cuerpo empezó a temblar y afirmándose de la bicicleta saca su petaca de whisky y se bebe un trago largo para cobrar compostura.
¿No me digas que te asuste muchachita? Ha pasado mucho tiempo que no te visitaba. Ya eres una mujer, quien lo diría, pero siempre serás mi muchacha.—¿Que diablos haces de vuelta? – Minerva se apoyó un poco en la bicicleta, estaba algo mareada y así no podía continuar a su casa
Como de costumbre tan cordial usted muchacha, – dice echándose a reír – Extrañaba a mi muchacha, ¿acaso no la puedo venir a ver? Y antes que me digas nada, ya te habras dado cuenta que Gabriel esta ahora de este lado, pero aún no puede hablarte. Aún lo odias por lo que te hizo.
Al escuchar esto la muchacha se cayó al piso, la única pierna le estaba temblando demasiado y al caerse la prótesis se le desprendió de su rodilla y al ver su muñón expuesto maldijo a todo y a todos. Una mujer que venia por la otra calle al verla en el suelo, atravesó corriendo a socorrerla, era una anciana, le puso la prótesis y la puso en pie nuevamente, le secó las lagrimas como si fuese una niña y la abrazo. El aroma que tenía aquella mujer era el mismo del que fue su madre hace muchos años.
Era Alengüei.
— Que los demonios no te coman, hija mía.
La anciana le besó la frente, la contemplo un rato y luego se fue camino arriba.
"Mamá"
Alengüei Kayun
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