Un hombre está frente a mí, muy cerca de mí. Es un muchacho;
diecinueve años, ojos pardos, piel morena por el sol de los potreros. Rápido,
definitivo, delicado conmigo, pero a la vez firme. Comprendo entonces que lo
esperaba. Le echo los brazos al cuello y él entonces me besa, sin que por entre
sus pestañas las pupilas luminosas cesen de mirarme.
Camino,
pero ahora me guía un jovencito. Una vez en la casa la oscuridad es completa,
pero una mano tibia busca la mía incitándome a continuar. Quedo de pie junto al
umbral de la puerta que no veo, doy un paso dentro del cuarto. Todo el calor de
la casa pareció concentrarse aquí. Oigo pasos muy leves sobre la alfombra, pasos
de pies desnudos. El jovencito está nuevamente frente a mí con el torso sin
ropa. Casi sin tocarme desata mis cabellos, permanezco a los pies de la cama y
lo abrazo fuertemente y con todos mis sentidos. Lo estrecho firme, lo estrecho
contra mí con todas mis fuerzas, siento correr su sangre por todas sus venas,
siento agitarse la burbuja de un suspiro. En mis brazos toda una vida física.
Tiemblo.
Entonces
él se inclina sobre mí y rodamos al centro de la cama, su cuerpo me cubre como
una gran ola hirviente; me acaricia, me quema, me hace suya, me arrastra desfallecida.
A mi garganta sube algo así como un sollozo, y no sé por qué empiezo a quejarme
y no sé por qué me es dulce quejarme, y también es dulce a mi cuerpo el cansancio
infligido por la preciosa carga que pesa entre mis muslos.
Cuando
desperté aún era temprano, no quería abrir los ojos; no quería olvidar lo
soñado. Los fui abriendo lentamente hasta ver el techo blanco. Sonreí. Me
levanté lenta y me vestí.
Estamos
en la mesa del comedor, sentados uno al lado del otro, nos miramos de reojo. De
pronto él me abraza cruzando su brazo izquierdo por mi espalda llegando a mi
cintura, atrayéndome hasta él y con mis labios en su cuello susurré: Soñé
contigo anoche
— ¿Qué soñaste? - me dijo en voz baja mientras todos comían pareciendo que nadie
estaba interesando en nosotros.
— Soñé
que hacíamos el amor.
Cuando
dije esto sentí un fuerte apretón en mi muslo izquierdo. Sentí como su mano
bajaba desde mi cintura hasta mi muslo.
— ¿Excitada? - me preguntó con voz ronca
Me
di cuenta que era un niño, y me dio tanto gusto que así fuera.
— No - contesté - , hasta que te acabo de oír... - contuve la respiración y tomé
aliento para decir finalmente - ¿Y usted?
— Sí
— Pero nos miran
— Lo sé.
Alengüei Kayún
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