marzo 21, 2021

Los Días Perdidos

Pocos días después de haber adquirido una lujosa finca y cuando volvía a casa, Ernst Kazirra avistó a lo lejos a un hombre que, con una caja sobre los hombros, salía por una pequeña puerta de la cerca, y la cargaba en un camión.  No le dio tiempo a alcanzarlo antes de que se marchara. Decidió seguirlo con el coche. El camión hizo un largo trayecto hasta lo más lejano de la periferia de la ciudad, deteniéndose al borde de un barranco. Kazirra salió del coche y se acercó a mirar. El desconocido descargó la caja del camión y, dando unos pocos pasos, la arrojó al barranco, que estaba lleno de miles y miles de otras cajas iguales. Se acercó al hombre y le preguntó:

–Te he visto sacar esa caja de mi finca. ¿Qué había dentro? ¿Y qué son todas esas otras cajas?


El hombre lo miró y sonrió:


–Todavía hay más en el camión, para tirar. ¿No lo sabes? Son los días.

–¿Qué días?

–Tus días.

–¿Mis días?

–Tus días perdidos. Los días que has perdido. Los esperabas, ¿verdad? Han venido. ¿Qué has hecho? Míralos, intactos, todavía enteros. ¿Y ahora…?


Kazirra miró. Formaban una pila inmensa. Bajó por la pendiente escarpada y abrió uno. Dentro había un paseo de otoño, y al fondo Graciela, su novia, que se alejaba de él para siempre. Y él ni siquiera la llamó.

Abrió un segundo. Había una habitación de hospital, y en la cama su hermano Josué, que estaba enfermo y le esperaba. Pero él estaba en viaje de negocios.

Abrió un tercero. En la verja de la antigua y mísera casa estaba Duk, el fiel mastín, que le esperó durante dos años, hasta quedar reducido a piel y huesos. Y él ni pensó en volver.

Sintió como si algo le oprimiera en la boca del estómago. El transportista se mantuvo erguido al borde del barranco, impasible, como un verdugo.

–¡Señor! –gritó Kazirra–. Escúcheme. Deje que me lleve al menos estos tres días. Se lo ruego. Al menos estos tres. Soy rico. Le daré todo lo que quiera.


El transportista hizo un gesto con la mano derecha, como señalando un punto inalcanzable, como diciendo que era demasiado tarde y que ya no había ningún remedio posible. Entonces se desvaneció en el aire y al instante también desapareció el gigantesco cúmulo de cajas misteriosas. Y la sombra de la noche descendía.







 

Los días perdidos 
 Las noches difíciles (1971), 
Dino Buzzati 
(1906–1973).


marzo 15, 2021

El Azar

 Encontrarse en una esquina cualquiera de la ciudad y tomar la decisión de dónde dirigirse; al sur, al norte, al oriente o al poniente, dicha decisión puede cambiar el curso de los acontecimientos he incluso de nuestra propia vida. Esa pequeña decisión de cruzar de una esquina a otra. La vida esta llena de movimientos aparentemente insignificantes que pueden cambiar el curso de las cosas..


Un hombre cruza la calle cuando alguien lo atropella, el que va el el vehículo va escuchando la música del músico que es aquel hombre tirado en el cemento que acaba de atropellar... en una trágica casualidad. 

Ibas a dejar ese café en el que estabas ensimismada mirando a través de la vidriera hace más de una hora, estabas melancólica queriéndote ir de aquel café, cuando de pronto decides pedir el último café. pensando para ti "uno más uno menos que importa" . Justo en ese mismo momento entra una persona: se cruzan las miradas, esa persona finalmente será el amor de tu vida. ¿si no hubieras pedido ese último café no te habrías encontrado con ella?

Esta ves entras a una librería por que necesitas un libro para terminar tu tesis en la que estás un poco entrampado, preguntas por el libro, pero el libreo te dice que no está disponible, por lo que desanimado sigues hojeando los que hay en el mesón, cuando de pronto en una de las repisas que hay un libro que sobresale a punto de caerse y lo tomas; es un libro que no conoces y que empiezas a hojear; decides comprarlo... por que si.. y en la noche te vas a dar cuenta que en el segundo capitulo, que ahí esta la pista para resolver el dilema que te había tenido entrampado con tu tesis.

Nuestra vida está repleta d azares, de coincidencias significativas, de encuentros casuales que nos sorprenden, a veces nos salvan, y a veces lamentablemente nos pueden llevar a la tragedia. ¿Qué es lo que hay detrás  de estos encuentros, de estos azares. de estas sincronías. Solo la fría necesidad o existe un azar mágico, que de alguna manera juega con nosotros ? ¿Es la vida una escritura abierta o un guion escrito con tinta secreta y desconocida en el que solo somos personaje de una trama oculta?

Han existido a lo largo de la historia personajes como Paul Auster quien se ha obsesionado con esto del azar y las coincidencias. hay quienes no creen en la causalidad y estos personajes lo que hacen es perseguir a lo largo de sus novelas y cuentos, pequeña bifurcaciones surgidas por errores y acontecimientos azarosos. Y así lo relata Paul Auster en su novela La música del azar. 

 Albert Einstein dijo en una oportunidad que Dios no juega a los dados y esto lo dijo por que estaba indignado con los físicos cuánticos, puesto que la Física Cuántica había demostrado  que efectivamente existía el azar, ya que en un nivel subatómico la desintegración del átomo en niveles que Einstein no había considerado. Habiendo así otros procesos tanto deterministas e indeterministas, que son procesos azaros. Esto fue lo que provocó en Albert Einstein una gran molestia ya que siendo de orden judío, creyendo en Dios de orden detrás de todas las leyes de la física, era inconcebible pensar un mundo en donde pudiera existir el azar.




marzo 08, 2021

La tía Chila

Mujeres de ojos grandes, 

Ángela Mastretta, 


La tía Chila estuvo casada con un señor al que abandonó, para escándalo de toda la ciudad, tras siete años de vida en común. Sin darle explicaciones a nadie. Un día como cualquier otro, la tía Chila levantó a sus cuatro hijos y se los llevó a vivir en la casa que con tan buen tino le había heredado la abuela.

Era una mujer trabajadora que llevaba suficientes años zurciendo calcetines y guisando fabada, de modo que poner una fábrica de ropa y venderla en grandes cantidades, no le costó más esfuerzo que el que había hecho siempre. Llegó a ser proveedora de las dos tiendas más importantes del país. No se dejaba regatear, y viajaba una vez al año a Roma y París para buscar ideas y librarse de la rutina.

La gente no estaba muy de acuerdo con su comportamiento. Nadie entendía como había sido capaz de
abandonar a un hombre que en los puros ojos tenía la bondad reflejada. ¿En qué pudo haberla molestado aquel señor tan amable que besaba la mano de las mujeres y se inclinaba afectuoso ante cualquier hombre de bien?

– Lo que pasa es que es una cuzca – decían algunos.

– Irresponsable – decían otros.

– Lagartija – cerraban un ojo.

– Mira que dejar a un hombre que no te ha dado un solo motivo de queja.


Pero la tía Chila vivía de prisa y sin alegar, como si no supiera, como si no se diera cuenta de que hasta en la intimidad del salón de belleza había quienes no se ponían de acuerdo con su extraño comportamiento.


Justo estaba en el salón de belleza, rodeada de mujeres que extendían las manos para que les pintaran las uñas, las cabezas para que les enredaran los chinos, los ojos para que les cepillaran las pestañas, cuando entró con una pistola en la mano el marido de Consuelito Salazar. Dando de gritos se fue sobre su mujer y la pescó de la melena para zangolotearla como al badajo de una campana, echando insultos y contando sus celos, reprochando la fondonguez y maldiciendo a su familia política, todo con tal ferocidad, que las tranquilas mujeres corrieron a esconderse tras los secadores y dejaron sola a Consuelito, que lloraba suave y aterradoramente, presa de la tormenta de su marido.

Fue entonces cuando, agitando sus uñas recién pintadas, salió de un rincón la tía Chila.

– Usted se larga de aquí – le dijo al hombre, acercándose a él como si toda su vida se la hubiera pasado
desarmando vaqueros en las cantinas –. Usted no asusta a nadie con sus gritos. Cobarde, hijo de la chingada. Ya estamos hartas. Ya no tenemos miedo. Deme la pistola si es tan hombre. Valiente hombre valiente. Si tiene algo
que arreglar con su señora diríjase a mí, que soy su representante. ¿Está usted celoso? ¿De quién está celoso? ¿De los tres niños que Consuelo se pasa contemplando? ¿De las veinte cazuelas entre las que vive? ¿De sus agujas de tejer, de su bata de casa? Esta pobre Consuelito que no ve más allá de sus narices, que se dedica a consecuentar sus necesidades, a ésta le viene usted a hacer un escándalo aquí, donde todas vamos a chillar como ratones asustados. Ni lo sueñe, berrinches a otra parte. Hilo de aquí: hilo, hilo, hilo – dijo la tía Chila tronando los dedos y arrimándose al hombre aquel, que se había puesto morado de rabia y que ya sin pistola estuvo a punto de provocar en el salón un ataque de risa –. Hasta nunca, señor – remató la tía Chila –. Y si necesita comprensión vaya a buscar a mi marido. Con suerte y hasta logra que también de usted se compadezca toda la ciudad.

Lo llevó hacia la puerta dándole empujones y cuando lo puso en la banqueta cerró con triple llave.

– Cabrones éstos – oyeron decir, casi para sí, a la tía Chila.

Un aplauso la recibió de regreso y ella hizo una larga caravana.

– Por fin lo dije – murmuró después.

– Así que a ti también – dijo Consuelito.

– Una vez – contestó Chila, con un gesto de vergüenza.

Del salón de Inesita salió la noticia rápida y generosa como el olor a pan. Y nadie volvió a hablar mal de la tía Chila Huerta porque hubo siempre alguien, o una amiga de la amiga de alguien que estuvo en el salón de belleza aquella mañana, dispuesta a impedirlo.






Mujeres de ojos grandes, 
Ángela Mastretta, 
Seix Barral, 2000